Si hubo una metrópolis musical en la Europa de finales del siglo XIX, esa fue Viena. El centro de poder de los Habsburgo se erigió como epicentro de creatividad con figuras como Gustav Mahler. Este talentoso hijo de una familia humilde de Bohemia, donde nació en 1860, terminó ostentando el puesto más deseado del Imperio austrohúngaro. Dirigió la Ópera de la Corte de Viena durante una década de manera escrupulosa y perfeccionista. Supuso tan solo una de las hazañas de uno de los sinfonistas más singulares que ha brindado la historia del género.
¿Cuál fue el punto de partida de la sobresaliente carrera de este compositor y director de orquesta y de ópera? ¿Por qué el aplauso unánime a su impecable trayectoria se resistió en algunos momentos?
¿Cuáles fueron las fuentes de inspiración de este judío convertido al catolicismo? ¿En qué contexto se cocinaron sus obras, repletas de contenidos conceptuales debido a su interés por la filosofía? Exponemos las claves que radiografían la vida y obra del creador de las piezas más alabadas del posromanticismo, con permiso de Richard Strauss.
De esta forma, podremos entender las particularidades que rodean a su Novena sinfonía, que escucharemos el próximo 25 de mayo en el Palau de les Arts. Será de la mano de Gustavo Gimeno, que dirigirá a la Orquestra de la Comunitat Valenciana.
La Viena de Gustav Mahler
El gusto musical del último de los imperios católicos del planeta, el austrohúngaro, podía definirse como conservador. Mahler, sin embargo, abría las puertas a las partituras rompedoras, chocantes y con movimientos de duración impensable. Armonías disonantes, cromatismo a raudales, fanfarrias militares, melodías populares… Con una amalgama de elementos heterogéneos de diversas procedencias daba una vuelta de tuerca a lo tradicional.
Dardos envenenados de la prensa antisemita
Así es como ilustraba sus convicciones, construyendo un mundo con todo aquello que tuviera a su alcance. Esa, de hecho, era la definición de una sinfonía para Mahler. Este proceder le valió las críticas de la prensa antisemita a este artista motivado por el vitalismo y el interés por la naturaleza de Schopenhauer, pero también por el pesimismo inicial de Nietzsch.e.
De sus respectivos universos musicales se empapó durante su breve paso por la universidad. El filósofo Siegfried Lipiner le aleccionó sobre los tintes metafísicos que Wagner trasladaba a su producción. Mahler se mantuvo fiel a esas ideas, dotando a sus lieder de ese carácter que trascendía lo musical. Precisamente, fue interpretando óperas de Wagner de modo magistral (también de Mozart) y comenzó a granjearse su fama como director de orquesta.
Aquel joven que se graduaba con 18 años en el conservatorio de Viena se lanzaba al estrellato europeo en teatros de todo el continente. La Ópera de la Corte lo esperaba, previa conversión al catolicismo, eso sí. Y con ella, sus músicos, a los que obligaba no solo a interpretar las partituras, sino a dotarlas de una vida nueva. Se ganó su fama de tirano y exigente antes de ponerse al frente de la Metropolitan Opera House y de la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
De la dirección… a la composición
Los halagos en su vertiente creativa no se prodigaron con tanta asiduidad. Fue durante los estíos cuando se dedicaba a crear, pues a su ajetreada vida le faltaba tiempo para esa laboriosa tarea. Conocido por este motivo como compositor de verano, Mahler vertió todas sus impotencias, genialidades y dolores en aquellas obras a las que daba forma entre bosques y lagos (adoraba perderse en la naturaleza).
Su originalidad desmedida fue la causa de la lenta revalorización de Mahler, al que no le ayudó inicialmente ser judío en un ambiente con el nazismo al alza. El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso un punto de inflexión para su reconocimiento. Figuras como Bruno Walter o Leonard Bernstein lo incluyeron habitualmente en los repertorios de los conciertos que dirigían, otorgándole la merecida fama.
Sus amistades
Tanto en su vida como en su capacidad creativa influyeron algunas de sus amistades. En Viena, la élite artística, dispuesta a acabar con el nacionalismo y el romanticismo para abrir nuevas vías de expresión, se reunía a diario en cafés. Hasta allí acudía nuestro protagonista, quien antes compartiría momentos con su homólogo Hugo Wolf en el conservatorio. Al igual que Mahler, que sufrió la muerte de una de sus hijas por escarlatina, el autor del Italienisches Liederbuch (Libro de canciones italianas) fue otra mente brillante de ese siglo que atravesó por momentos tormentosos.
Mahler también fue amigo de Arnold Schönberg, líder de la Segunda Escuela de Viena e impulsor de la composición atonal. Es, además, uno de los compositores que beben del universo de Mahler. A la lista hay que añadir al escenógrafo Alfred Roller, con quien coincidió en la Ópera de Viena. También, al pintor Gustav Klimt. El autor de El beso acudió a despedirlo a la estación de tren antes de su partida a Nueva York, tras ser apartado de la citada Ópera de Viena en 1907.
Tres años después, pocos meses antes de morir, Mahler acudió a Sigmund Freud por consejo del mencionado Bruno Walter. Era escéptico sobre el psicoanálisis, pero necesitaba curar su angustia por la infidelidad de su amada Alma con el arquitecto Gropius.
La maldición de la ‘Novena sinfonía’
Fue en esos últimos y agónicos años (entre 1908 y 1909) cuando compuso su última creación completa: su Novena sinfonía. Se trata del mejor ejemplo de su maestría. Esta obra potente y sobrecogedora se estrenó de manera póstuma (1912), de la mano de su amigo Walter en la dirección de la Filarmónica de Viena.
Con la muerte como eje
La muerte parece envolver a esta composición. Y es que Mahler arrojó aquí su eterno sufrimiento, alentado por las pérdidas familiares. A la más impactante, la de una de sus dos hijas, había que unir las de diez de sus catorce hermanos y la de su suegra, víctima de un ataque al corazón durante el funeral de su nieta. A este punzante dolor le otorgó una estructura idéntica a la de la famosa Patética, de Chaikovski.
Su emocionante adagio
El cóctel de sensaciones se avivaba con otros duros episodios como los de la infidelidad de su esposa y sus problemas de corazón, la causa de su muerte. El momento álgido de esta Novena sinfonía recoge estas circunstancias. Es en su último movimiento, un estremecedor adagio, perturbador y alarmante pero de extrema belleza, donde percibimos toda su angustia. Mahler añadió en esta cuarta parte de la sinfonía un fragmento de sus Kindertotenlieder (Canciones a los niños muertos), en referencia a su pequeña. Además, escribió esta frase: «En las cumbres el día es hermoso», aludiendo a esa tragedia personal.
El Mahler supersticioso
Su fallecimiento lo situó directamente en la lista de compositores tocados por la denominada maldición de la novena sinfonía, una superstición en la que el propio Mahler creía. Desde Beethoven, ningún músico sobrevivió lo suficiente para componer al completo su décima sinfonía hasta Shostakóvich. Entre uno y otro encontramos a Schubert, Bruckner, Dvořák o Atterber.g.
La controvertida figura de su esposa Alma Mahler
Capítulo aparte merece la esposa de Mahler, Alma, la compositora austriaca con quien tuvo a sus dos hijas. Fue musa de su primer marido, quien la retrata musicalmente en su quinta y sexta sinfonías. Esta mujer carismática y de personalidad arrolladora asumió, en un primer momento, el sacrificio de dedicarse a su matrimonio y ser lectora de pruebas de las obras de Mahler. Gustav no se interesaba por las composiciones de Alma, quien terminó enamorándose de Gropius, creador de la Bauha.us. Con el arquitecto se repetiría su historia anterior. Se casaron y la hija de ambos moriría (a los 19 años, por una poliomielitis). Además, la considerada mujer más fascinante del siglo XX engañó al artista con otro erudito: el poeta y novelista judío Franz Werfel. Con él huyó de la Alemania nazi hasta Nueva York, previo paso por España y Portugal.
El escritor, que triunfó en Los Ángeles con La canción de Bernadette, convertida después en película, murió en 1945 y Alma fijó su residencia en Nueva York. Allí se convirtió en una figura destacada de la cultura, merced a la fama de Werfel y por las publicaciones de su biografía y de las cartas que le escribió Mahler. Fue también en Nueva York donde murió, en 1964.
Sus amantes
Alma también tuvo escarceos con figuras relevantes de la cultura. No en vano, su primer beso se lo dio Gustav Klimt, quien le presentó al propio Gustav Mahler. También compartió lecho con el compositor Alexander von Zemlinsky, su profesor de música; con el director teatral Max Burckhard y con el pintor Oskar Kokoschk.a. El famoso retrato de este último, La novia del viento, reflejaba el amor que sentía por ella. Tal era su devoción por la compositora que cuando lo abandonó, mandó confeccionar una muñeca de Alma a tamaño real con todos sus detalles para ir acompañado al teatro. Sin duda, ahondar en la biografía de Gustav Mahler sirve para entender los porqués de su obra. Y su Novena sinfonía, con su característico y sublime adagio, es el mejor vehículo para acercarse a las particularidades de este compositor y director de orquesta para el que la música encerraba todas las respuestas. El Palau de les Arts las descubrirá próximamente.
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