La locura en la ópera: todas las Lucías di Lammermoor - Les Arts

La locura en la ópera: todas las Lucías di Lammermoor

El amor y el engaño son temas eternos del ser humano, pero también de la ópera. Un triángulo que se cierra con la locura. Y es que este género musical no se entendería sin la irrupción de la enajenación mental de alguno de sus personajes. Una insania asociada al crimen en unos casos, al suicidio en otros, que suele darse con más frecuencia en ellas. Estos dramas están repletos de heroínas que pierden la razón, estado ideal para dar paso a filigranas imposibles y a agudos inentendibles en otras circunstancias.

Lucia di Lammermoor, la protagonista del clásico de Donizetti del mismo nombre, encabeza el grupo de mujeres que protagonizan situaciones sin retorno. Hablamos de féminas que enloquecen por el asedio de su entorno y que solo tienen una salida: matar y morir. Este destino no es exclusivo de casos aislados. Tampoco pertenece solo al género femenino. De hecho, encontramos a más de un marido celoso capaz de atravesar corazones con afiladas dagas. Así lo atestigua el completo estudio sobre el abandono de la cordura en el género operístico firmado por Juan Carlos Fustinoni.

Las conclusiones de Fustinoni sobre la locura en la ópera

El doctor concede a la ópera una dimensión científica diseccionando numerosos títulos. La melancolía, la esquizofrenia, los delirios… Fustinoni analiza cada comportamiento relacionado con la demencia para llegar a conclusiones reveladoras. El estudioso halló 77 suicidios (45 mujeres y 32 hombres) en 306 óperas. Un homicidio fue la circunstancia que desencadenó este trágico final en siete de estos casos.

Mención aparte merecen los hechos a los que asistimos como espectadores en Les Troyens (de Berlioz) y Jovánschina (Músorgski). Aquí la pérdida voluntaria de la vida no se ciñe a una persona, sino al coro al completo. Tampoco se nos escapan los intentos de autolesiones en los que no llegó la sangre al río, pero que condenaron al ostracismo a unas cuantas almas atormentadas.

Melodías lastimeras para ilustrar la lágrima

Estos números reflejan cómo la ópera exalta lo mejor, pero también lo peor del ser humano. Sí, incluso para él mismo. ¿Cómo no percibir en algún momento de la representación las melodías estruendosas y lastimeras? ¿Quién no ha escuchado esos cantos funestos acompañados de sonidos que emulan a la tormenta? No captar esas rimbombancias adornadas con sentimientos de dolor, esas voces situadas en la línea roja de las posibilidades de la garganta o esa música conducida al límite de la disonancia se antoja misión imposible. La exageración lógica e inteligente es el vehículo que emplean los compositores para comunicar al respetable el pesar de los personajes.

Las potentes arias toman protagonismo sobre la esfera de lo racional. En el minuto en el que nace la locura, el tiempo, hasta ese momento lineal, se torna circular. Abandona la superficie para volverse repetitivo. Este punto de inflexión supone también el instante álgido del relato, cuya intención resulta más comunicativa que en cualquier otra parte de la trama. La hipérbole y la exageración de los afectos se expresan así, tomando el exceso como referencia.

El delirio de Lucía di Lammermoor

‘Lucia di Lammermoor’, la ópera de Donizetti que aterrizará en junio y julio en el Palau de Les Arts de Valencia, se basa en la novela de Walter Scott La novia de Lammermoor. Sobre el escenario, veremos cómo la joven, presa del delirio, entra en trance (presumiblemente, por la presión que ejerce sobre ella el capellán). Como consecuencia, hiere a su marido en medio de una atmósfera completamente febril. Recordemos que la chica, huérfana, no ama al esposo, elegido no por ella, sino por su hermano Enrico. La imposición tiene como objetivo salvar a la familia de la ruina. Por eso, el susodicho no es un simple vecino, sino un noble, Arturo de Bucklaw.

Las notas más elevadas del repertorio

La obligatoriedad de pasar por la vicaría con alguien a quien no profesa su amor (su entrega es absoluta a Edgardo) origina su locura. Solo la muerte podrá ver cumplidos sus sentimientos, los ocasionados por un amor frustrado, por la adversidad del destino y por la mezquindad humana. Estamos en el tercer acto y la soprano entona aquí las notas más altas del repertorio. Dos toques en mi bemol sobreagudos resumen todas las escenas de sinrazón típicas de cualquier ópera belcantista. La exigencia técnica hace que no todas las intérpretes puedan lucirse en esta parte, la más popular de este melodrama romántico capaz de tocar la sensibilidad del público.

El valor de la expresividad para María Callas

Fue la mismísima Maria Callas quien consiguió que se restituyera el valor expresivo de este momento eliminando cierta ornamentación. Su intención no borró del todo el deseo de lucimiento de las artistas. De hecho, las sopranos contemporáneas suelen incorporar giros y cadencias para finalizar el pasaje, lo que convierte al aria de la escena de la locura en lo más esperado de la obra. La armónica de cristal o, en su defecto, las flautas, son los instrumentos que musicalizan esta parte, la de mayor tensión del libreto. Así es como Donizetti, el maestro de Bérgamo, quiso expresar la angustia de la protagonista. Esa desazón la conduce a rebelarse contra los juegos de poder, perdida en alucinaciones, quizá la única manera de escapar de esa indeseada realidad.

Un suicidio frente al féretro de Lucía

Suena esa especie de gorjeo de pájaro, o de fuente, emitida por estos instrumentos. Lucia ha matado a su marido y aparece, de repente, imaginando su boda con Edgardo. Nuestra heroína cae inerte en ese momento de demencia. Los acompañantes de la apasionada y frágil Lucia acaban compadeciéndola. Incluso su propio hermano, al que le pueden los remordimientos. La tragedia romántica finaliza con el suicidio de Edgardo ante el cortejo fúnebre de su amada, como si de un Romeo se tratara.

Escenas de locura en otras óperas

Lucia, predispuesta a la sinrazón desde que se alza el telón, no es el único nombre de mujer asociado a una muerte trágica con la demencia de por medio. El maestro Puccini finaliza Tosca con el suicidio de su protagonista, quien se lanza al vacío cuando descubre que ha sido engañada, después del fusilamiento de su amante frente a ella. El compositor italiano también permite que su eterna geisha, Madama Butterfly, se quite la vida. “Con honor fallece quien no puede conservar su existencia con honor”, termina diciendo ella antes de su particular escena de demencia. Se refiere Butterfly a la traición que cometió a sus ancestros al abandonar su religión.

Otras Lucías: Margarita, Elvira, Imogene y Ana Bolena

Por su parte, Margherita se convierte en asesina de su propio hijo en Mefistofele. En este caso, la presión ejercida por Fausto (Boito usa el clásico de Goethe como punto de partida) conduce a esta joven campesina a cometer un infanticidio. No solo se le acusa de ahogar a su pequeño, sino de envenenar a su madre. La subyugación y el avasallamiento han sido los causantes de la locura en esta ópera de estilo wagneriano.

Ni la mismísima Lady Macbeth se escapa al momento de desorden mental y delirio. En la ópera shakespeariana de Verdi, esta mujer atrapada en un matrimonio en el que se siente infeliz sufre un momento de sonambulismo. La correspondiente aria de enajenación la conducirá a la muerte.

Mientras, a la Elvira de Vincenzo Bellini le importaba mucho más su futuro esposo en la ópera I Puritani. Tanto que imagina que su amado Arturo la ha abandonado por otra mujer antes de la boda y entra en un estado de locura. En este caso, el grado de irracionalidad es diferente al de Lucia di Lammermoor. La psicosis transitoria de Elvira se evapora y, finalmente, recupera la cordura cuando descubre que todo ha sido una invención suya. No es la única mujer que enloquece con Bellini. Imogene pierde la cabeza cuando su amado Gualtiero es condenado a muerte. La joven, que está casada por imposición con Ernesto, no puede con tanto dolor en Il Pirata.

No solo Bellini repite el recurso operístico de la locura, el propio Donizetti sigue la estela marcada por Lucia con otro clásico, Anna Bolena. Al dolce guidami es el aria que forma parte de la escena de locura que pone fin al libreto. La reina consorte de Inglaterra es consciente de que está condenada a morir. En ese momento de sinrazón recuerda su antiguo amor por Lord Percy. Mientras, se escuchan los cañonazos que anuncian el casamiento de su esposo con Giovanna Seymour, su rival.

Las intérpretes que dan vida sobre las tablas a estas mujeres protagonizan escenas de bravura a través de sentidas arias. Lucia di Lammermoor es uno de esos iconos imprescindibles de la locura en la ópera que arrancan la emoción del espectador. Conectan con la cuarta pared a través del trastorno, ya sea transitorio o definitivo. Su desdicha cala en los receptores por la pasión que se desprende de sus desencuentros, de sus amores a destiempo y de sus agrias despedidas. Observar a Lucia es el mejor ejercicio para acercarse a la psique de estas mujeres determinantes de la ópera.

Fuente de la imagen: © Pusteblume0815 – www.pixabay.com


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