El sueño de una noche de verano
Felix Mendelssohn-Bartholdy
Auditori
Felix Mendelssohn-Bartholdy
Sinfonía 3, ‘Escocesa’
El sueño de una noche de verano
Rossy de Palma, actriz
Federica Di Trapani, soprano
Elisa Barbero, mezzosoprano
Cor de la Generalitat Valenciana
Francesc Perales, director
Orquestra de la Comunitat Valenciana
José Miguel Pérez Sierra, director
El sueño de un muchacho romántico
A principios del siglo XIX, la leyenda y la tradición, la potencia creadora de los sueños y el dudoso deslinde entre la realidad y la imaginación que da forma a un espacio de inquieta vida nueva, cobraron vida en un Occidente cultural en el que clareaban las luces de un mundo nuevo.
En este prisma nuevo, en 1826, se unirían los genios del anglosajón William Shakespeare y el germánico de esencias judías Felix Mendelssohn-Bartholdy, educado a la sombra de Goethe y Schlegel, en buena medida mentores del joven compositor, que en el citado año componía una Obertura de concierto inspirada en El sueño de una noche de verano, del dramaturgo inglés más universal.
Este fantástico puente tendido entre Londres y Berlín, verificado en esta obertura, se construye en un momento de la historia del Arte, de la Filosofía y de la casi recién nacida Estética, en el que se profundizaba en la naturaleza sin formas -en contraposición a la naturaleza dominada del Clasicismo-, en la belleza misteriosa de lo sublime, y en la muy romántica idea del poder de la imaginación y las sombras.
William Shakespeare, poeta de lo más humano y lo más brutal, se había convertido en referente necesario de este mundo, visto como su negativo: todo acto de creación se convertía en algo parecido a una foto tomada al mundo, en la que no interesaban ya sus colores reales, sino los ofrecidos por sus sombras; donde no interesaba su realidad aparente, sino sus puertas traseras, abiertas a otras realidades sin duda paralelas. Ya no más lo real, sino sólo su apasionante sugerencia.
En este contexto es donde Mendelssohn compone su obertura juvenil, diluyendo en ella la tradicional forma sonata, que se muestra descompuesta en un conjunto de temas musicales e imágenes; y convirtiendo en objeto autónomo, informe y liberado, la rígida estructura clásica, dotada de nueva expresión, uniendo a la libertad compositiva de la que ha hecho gala la libertad sugerida por los textos shakespearianos, que se hace calor estival en una misteriosa noche de verano.
Ya desde 1826, Felix Mendelssohn-Bartoldy había adoptado como propias las sugerencias fantásticas de un bosque animado y las ruinas habitadas. Será cuando cuente con más edad pero no menos genio, en 1843, cuando tenga la oportunidad de poner un delicioso cierre a su obertura de concierto juvenil en forma de 13 nuevos números.
En efecto, la música incidental para El sueño de una noche de verano fue compuesta por encargo del rey Federico Guillermo IV de Prusia, un culto mecenas digno representante de su tiempo, que sumó su interés por la tradición y la renovación estética en su encargo. Era el suyo un espíritu en clara conexión con el de Mendelssohn.
Escrita para ser interpretada en el teatro de la corte de Postdam, el soberano le pidió al músico una composición representativa de la tradición local del melólogo, que era sino la palabra acompañada por la música, pero en la que se debía evidenciar la nueva aspiración romántica de la comunión de las artes: la música debía ser traductora en sus sonidos de la potencia expresiva de la palabra, debía enriquecer la semántica propia del verbo, desvelarle sus pasiones secretas y sus sentimientos más intangibles. Ésta, y no otra, será además la base del lied romántico, del que Mendelssohn será epígono.
Desde la obertura hasta el número final, la voz humana entra y sale; está presente o está sugerida. Y junto a las voces, están sugeridos por la música un sinfín de motivos que, como luciérnagas, ponen luz y sombra a este mundo de elfos y humanos adormecidos.