Lucrezia Borgia
Gaetano Donizetti
Sala Principal
Colosal visión belcantista del drama de Victor Hugo según Donizetti, que revive, en una de sus cumbres creativas, un episodio de la vida de la hija de la estirpe valenciana de los Borja.
Ópera un prólogo y dos actos
Música de Gaetano Donizetti
Libreto de Felice Romani a partir del drama homónimo de Victor Hugo
Estreno: Milán, Teatro alla Scala, 26 diciembre 1833
Editores: Casa Ricordi S.r.l di Milano
La función del 1 de abril de 2017 se transmitirá en directo mediante streaming gratuito a través de Opera Platform
Colabora: Agència Valenciana del Turisme
Duración aproximada: 2 h 41 m
Dirección musical
Fabio Biondi
Dirección de escena
Emilio Sagi
Escenografía
Llorenç Corbella
Vestuario
Pepa Ojanguren
Iluminación
Eduardo Bravo
Nueva producción
Palau de les Arts
Cor de la Generalitat Valenciana
Francesc Perales, director
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Lucrezia Borgia
Mariella Devia
Gennaro
William Davenport
Alfonso d’Este
Marko Mimica
Maffio Orsini
Silvia Tro Santafe
Liverotto
Fabián Lara *
Vitellozzo
Andrés Sulbarán *
Gazella
Alejandro López *
Rustighello
Moisés Marín *
Gubetta
Andrea Pellegrini *
Astolfo
Michael Borth *
Petrucci
Simone Alberti
Ujier
José Enrique Requena
Una voz
Lluís Martínez
* Centre Plácido Domingo
Prólogo
Venecia, en la primera mitad del siglo XVI. El joven noble Gennaro y sus amigos se divierten y conversan sobre su viaje al día siguiente a Ferrara, donde cumplimentarán al duque Alfonso d’Este y a su esposa Lucrezia Borgia. Orsini, uno de los amigos de Gennaro, narra cómo una noche en el bosque un misterioso anciano les aconsejó a Gennaro y a él cautela con respecto a Lucrezia Borgia y a su siniestra familia. Gennaro, aburrido de estas historietas, se queda dormido en un banco. Sus amigos se unen a una fiesta a la que han sido invitados y lo dejan solo. Aparece una misteriosa mujer, que se detiene a contemplar a Gennaro dormido. Atraído por la ternura del joven, le coge la mano y se la besa, momento en el que él despierta y súbitamente siente un inexplicable amor hacia ella. Gennaro habla de su infancia y de lo mucho que ama a su madre pese a que nunca la conoció, pues fue educado por unos pescadores. Cuando regresan los amigos del joven, no tardan en reconocer que la misteriosa dama es Lucrezia Borgia. Entonces, cada uno de ellos pronuncia los nombres de sus respectivos familiares que han perecido a manos de los Borgia, con lo que logran convencer a Gennaro de que se aparte de Lucrezia.
Acto 1
En Ferrara. El Duque idea un plan para matar a Gennaro al sospechar que Lucrezia le es infiel con él, tras verlos hablar en Venecia. Gennaro y sus amigos, que ya se encuentran en Ferrara, se dirigen a una fiesta. Cuando pasan por delante del palacio del Duque, Gennaro osa borrar la letra B del apellido “Borgia” que aparece en el escudo de la fachada, con lo que ahora se lee “orgia”. Lucrezia exige a Alfonso que busque al autor de tan grave ofensa y lo castigue con la muerte. El Duque la complace: inmediatamente sus hombres traen detenido al culpable. Cuando Lucrezia descubre horrorizada que se trata de Gennaro, suplica reiteradas veces a su marido que reduzca el castigo. Pero él se niega y llega a acusarla de adulterio con el joven, ante lo que ella responde que es inocente. De todas formas, la condena seguirá su curso. Alfonso invita a Gennaro a una copa de vino haciéndole creer que le perdona. Lucrezia, sabedora de que la bebida está envenenada, le da a continuación un antídoto con el que se restablece y le ayuda a huir del palacio.
Acto 2
Gennaro y sus amigos asisten a una fiesta en el palacio de la princesa Negroni. La felicidad reinante cesa con la irrupción de Lucrezia, quien anuncia triunfante que ha envenenado el vino. Sin embargo, su dulce venganza se torna amarga al advertir que Gennaro está entre los presentes y no ha huido de Ferrara como ella le había pedido. El veneno empieza a hacer su efecto en los amigos de Gennaro. Éste, furioso, intenta apuñalar a Lucrezia sin éxito. Entonces ella le revela que es su madre, y le suplica que se beba cuanto antes la única dosis de antídoto que tiene. Pero Gennaro opta por perecer junto a sus amigos. Con el corazón roto, Lucrezia llora la pérdida de su hijo y muere.
El 2 de febrero de 1833 presenta Victor Hugo, en París, Lucrèce Borgia, obra teatral en tres actos y prosa. El 26 de diciembre de ese mismo año, Gaetano Donizetti estrena en el Teatro alla Scala de Milán su ópera homónima. Pero las conexiones entre ambas obras van mucho más allá de la coincidencia del nombre o del año de su estreno; van mucho más allá de la inspiración de la ópera en la obra teatral. Ambas Lucrecias son, en su parcela y en su contexto, dos ejercicios paradigmáticos del imperante Romanticismo, que latía con enorme vitalidad aún en los años 30 del siglo XIX.
Hugo y Donizetti, cada uno en su grado, hacen una contribución fundamental a ese largo proceso que se había iniciado a finales del siglo XVIII, durante los años más revolucionarios del Siglo de las Luces. Es aquél un periodo en el que se asiste a la definitiva disolución del Clasicismo en favor de un infinito abanico de modos de expresión: sin reglas, sin formas predeterminadas, hasta sin límites. Lo cual es de trascendental importancia en la obra que nos ocupa, que presenta un afán especial por crear un mundo nuevo a partir de las sombras de lo aparente. Con declarada preferencia por lo marginal y lo marginado, por la cara oscura del ser, por lo oculto tras lo espantoso, considerado como fuente de nueva y distinta vida.
Así pues, la Lucrecia de Victor Hugo nace con una premisa dramatúrgica que es casi ideológica, política: el teatro es una tribuna desde la que se habla con voz alta y potente; el drama tiene una dimensión y una función social, nacional y humana. El dramaturgo ofrece un retrato en negativo de la ilustre hija del Papa Borgia. Un retrato que va más allá de los suaves contornos de la hermosa valenciana; un retrato que afila el perfil trágico de la mujer que fue utilizada y humillada, pero que también fue asesina.
Cuanto se ha dicho hasta aquí del poeta francés puede aplicarse, redimensionado, a Donizetti, que seducido por el drama de Hugo, no duda en seguir los precisos pasos dados por él y esculpe en música esos mismos perfiles oscuros, apoyado por la eficacia versificadora del libreto de Felice Romani.
La ópera que construyen los dos italianos es, como la tragedia francesa, un alarde de equilibrio entre la tradición de la ópera belcantista y la profundidad psicológica que, aunque sea de la más ingenua simpleza, viste a todos los personajes de la ópera: viril y rotundo Alfonso d’Este; jovial y sensual Orsini; sencillo y melancólico Gennaro; brutal, sinuosa y hermosa Lucrezia.
Nada expresa mejor la comunión entre Hugo y Donizetti que esta somera esencialización de los protagonistas principales. Tanto más evidente si se recuerdan las palabras del propio dramaturgo francés en su prefacio a la obra escrito en 1858:
Apoderaos de la deformidad moral más vergonzosa y más repugnante, colocadla donde pueda resaltar mejor, esto es, en el corazón de una mujer con todas las condiciones de belleza física y de grandeza real, que dan más brillo al crimen, y mezclad con esa deformidad moral un sentimiento puro, el más puro que la mujer pueda sentir, el sentimiento maternal; y haced de ese monstruo una madre; y ese monstruo interesará, y el monstruo hará llorar y el ser que aterraba os dará compasión y el alma deforme llegará a ser casi hermosa.