La damnation de Faust
Hector Berlioz
1 julio 2018
Sala Principal
Dirección musical
Roberto Abbado
Dirección de escena
Damiano Michieletto
Escenografía
Paolo Fantin
Vestuario
Carla Teti
Iluminación
Alessandro Carletti
Videocreación
Roca Film
Movimientos mímicos
Chiara Vecchi
Nueva coproducción
Palau de les Arts, Teatro dell’Opera di Roma, Teatro Regio di Torino
Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet
Roser Gabaldó, Míriam Puchades, directoras
Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats
Luis Garrido, director
Cor de la Generalitat
Francesc Perales, director
Orquestra de la Comunitat Valenciana
Faust
Celso Albelo
Méphistophélès
Rubén Amoretti
Marguerite
Silvia Tro Santafé
Brander
Jorge Eleazar Álvarez *
* Centre Plácido Domingo
Parte I
El doctor Fausto, que atesora todo el saber del mundo, pero también la más terrible soledad, es testigo tanto de los alegres cantos de los campesinos con la llegada de la primavera, como del valor del ejército húngaro que marcha al combate. Sin embargo, en ambos casos es incapaz de compartir esos sentimientos.
Parte II
A solas en su laboratorio, Fausto está decidido a acabar con su vida mediante un veneno. Se oye un himno pascual y su mano se detiene. Aparece Mefistófeles, que ironiza ante sus sentimientos y le ofrece la oportunidad de retornar a la juventud para poder cumplir los deseos que no ha disfrutado en su larga vida. Fausto acepta y en unos instantes el diablo y el rejuvenecido doctor se encuentran en una taberna de Leipzig, donde participan del vino y el jolgorio general. Hastiado de bebida y blasfemia, Fausto pide a Mefistófeles que lo saque de allí, y el demonio lo lleva a orillas del Elba, donde acunado por silfos y gnomos sueña con la bella Margarita, a la que pide conocer al despertar. Mefistófeles accede y ambos se encaminan a su encuentro.
Parte III
Es de noche. Suena la retreta en la ciudad. Ocultos en la alcoba de Margarita, Fausto y Mefistófeles esperan la llegada de la joven, a la que el doctor espía mientras se peina antes de dormir. En la calle, el diablo ordena a sus duendes que hechicen con sus danzas el corazón de Margarita. La joven descubre a Fausto en su habitación y queda estupefacta al reconocer al galán que ha visto en sueños. Arrastrados por el deseo, ambos se entregan a la pasión, pero son interrumpidos por Mefistófeles, que separa a la pareja advirtiéndoles de que los vecinos han alertado a la madre de Margarita de la presencia de Fausto en su casa. Ambos se despiden con dolor y renovando sus votos de amor, mientras el demonio se jacta de la debilidad del enamorado Fausto.
Parte IV
Margarita lamenta la ausencia de Fausto, que ha dejado de visitarla tras numerosas noches de amor. En una gruta, Fausto canta la fuerza de la Naturaleza, y Mefistófeles le recuerda la infelicidad de Margarita: la joven ha sido encarcelada, acusada de parricidio tras suministrar a su madre una poción para adormecerla y permitir así a los amantes gozar de su pasión. Fausto se siente causante de la desdicha de la joven y pide a Mefistófeles que la salve, pero éste condiciona la salvación de Margarita a la condenación de su propia alma. Fausto acepta y ambos parten a caballo hacia la prisión, pero a medida que avanzan el paisaje se enrarece, poblado de seres demoníacos, y Fausto comprende que está siendo guiado al infierno, donde Mefistófeles es aclamado por su triunfo.
Epílogo
El coro de los condenados deja paso a los cánticos celestiales que acogen el alma de Margarita, salvada por su amor puro e inocente.
La condenación de Fausto, o La fascinación de dos suicidas.
El Fausto de Goethe -obra y personaje con tantas lecturas y facetas como el más preciado diamante- había inspirado ya en tiempos de Hector Berlioz a alguno de los compositores más reconocidos del siglo XIX. Sirvan como ejemplo las dos óperas tituladas Faust, una del germano Louis Spohr y otra del francés Charles Gounod: el primero tomaría del personaje su cara más ortodoxa y, el segundo, retrataría el elemento más humano. En el terreno de la música sinfónico-coral, el alemán Robert Schumann se interesaría por el carácter místico del personaje en sus Szenen aus Goethes Faust (Escenas de Fausto de Goethe) y, ya en las postrimerías decimonónicas, Arrigo Boito profundizaría en la componente filosófica del asunto en su ópera Mefistofele.
Sin embargo, la atracción que sentía Hector Berlioz por la vertiente fantástica e imbricada con los elementos sobrenaturales de la naturaleza de la figura de Fausto entroncaba con el espíritu profundamente romántico del compositor francés, que se identificó ya en 1828, fecha de su primera lectura de la obra de Goethe. El compositor, que dio tantas muestras en su vida y obra de sus obsesiones con la muerte y el suicidio (recuérdese su autobiográfico Lélio), encontró en Goethe un íntimo correlato espiritual, circunstancia que se vería favorecida por la traducción al francés ofrecida por el poeta romántico Gerard de Nerval, tormentosa alma gemela del músico que acabaría sus días con un suicidio.
Esbozado este primer acercamiento en 1828, ese mismo año Berlioz compuso una colección de canciones llamada Huit Scenes de Faust, germen de la leyenda dramática y coral La damnation de Faust, que empezaría a tomar cuerpo veinte años más tarde, en 1845, durante una gira de conciertos por Austria, Hungría y Bohemia. A la composición de la marcha húngara incluida en esta obra, se unirían otras partes inspiradas durante aquellas jornadas de viaje por Germania. Marcada por los recuerdos y memorias de aquellos lugares donde se fue componiendo, la obra se concluiría en los paisajes urbanos de París, sobre un libreto en el que se reunían los textos originales de la versión francesa de Nerval, usados en las Huit Scenes de Faust, los textos nuevos aportados por Almire Gandonnière y los mayoritarios y propios de Hector Berlioz, tan dado a concebir sus obras en la estela wagneriana del poeta-compositor.