El embrujo de la danza flamenca
se adueñará de la Sala Principal con Una oda al tiempo, un
espectáculo protagonizado y creado por la bailaora y coreógrafa
sevillana María Pagés, articulado en doce escenas que quieren ser
una reflexión del paso del tiempo visto por la protagonista, que
baila junto a la compañía que lleva su nombre al son de diversos
palos flamencos con cante y músicos en directo. Artista de enorme
personalidad, María Pagés y su concepto estético del baile flamenco
han traspasado fronteras llegando a todo tipo de públicos sin
desvirtuar un ápice la esencia de este arte.
En Una oda al tiempo, desde una coreografía flamenca
sincrética, María Pagés y El Arbi El Harti hablan de la
contemporaneidad y del necesario diálogo con la memoria. Plantean
una reflexión ética y creativa sobre el presente y sobre lo que
está pasando en el mundo actual, revisando la luz y las
inquietantes sombras que condicionan nuestro tiempo, tocando
también temas como lo efímero, la eternidad y la implacable
irreversibilidad del tiempo sobre el cuerpo, el deseo, el arte y la
vida. Es una alegoría sobre el tiempo que vivimos, con sus
posibilidades de felicidad, utopías, terrorismos, extremismos,
ataques a la igualdad, retrocesos de la democracia... Corren por su
savia ideas de Platón, Marguerite Yourcenar, Jorge Luis Borges,
Pablo Neruda..., unidas por una profunda investigación sobre la
ontología de la obra de arte.
Bailando desde la madurez y acompañada por cuatro bailaoras, cuatro
bailaores y siete músicos, María Pagés explora la tradición
cultural española; revisa los palos flamencos nutriéndolos con lo
mejor de Goya, Picasso, John Cage. En una escritura que trasciende
la dramaturgia tradicional del flamenco, el ritmo que se persigue
en Una oda al tiempo es precisamente aquel que refleja su
condición cambiante y polimorfa. Las secuencias coreográficas son
rápidas, cortantes, y se hacen y se deshacen casi a la manera
rítmica de un proyector de diapositivas. Se busca esa tensión
constante entre el individuo y la comunidad, el círculo y la recta,
el argumento y la abstracción, el silencio y la percusión.
También los palos flamencos intervienen en la dramaturgia. Si
primero escuchamos la toná, seguimos por la infalibilidad
de la seguiriya, la gravedad de la soleá, el
mecanismo perfecto de una bulería (siempre matemática y en
este caso, inspirada en la Oda a los números de Neruda),
el estado líquido de unas alegrías o la nostalgia de la
vidalita y la milonga. Hay una interrupción
dramática en Tengo miedo, para seguir por
peteneras, el palo oscuro por excelencia y asociado a la muerte.
Esta escena se llama, de hecho, Saturno devorando a sus
hijos, aludiendo al paso inexorable del tiempo. Lo
colectivo vuelve de la mano de Escuchando el
Guernica, donde se establece un vínculo con la guerra y la
incertidumbre que genera el despotismo del tiempo sobre el ser
humano. En una estructura circular, la pieza cierra de nuevo por
trilla y toná, con Somos el árbol memoria como
reclamo de una naturaleza redentora. El flamenco y lo orgánico de
la danza como un espacio de disolución para el tiempo racional.