UN AVVERTIMENTO AI GELOSI
Manuel García
Farsa giocosa
Libreto basado en un texto del Giuseppe Maria
Foppa
El tenor sevillano Manuel
García ponía en música en 1831 una deliciosa “farsa jocosa” escrita
por el libretista Giuseppe Maria Foppa. Su “advertencia a los
celosos” sería la quinta de sus óperas para voces y piano,
concebidas tanto para el entrenamiento de sus alumnos de canto como
para el divertimento de amigos y familiares, pues estas óperas de
sociedad -como el mismo García las denominaba- estaban concebidas
para su representación en el salón privado y acomodado.
El 2 de diciembre en el Teatre
Principal de Castelló
El
10 de diciembre en el
Auditori de Teulada -Moraira
Los 15, 17 y 18 de diciembre a la
Fundación Juan March, Madrid
noviembre 2021 |
|||
---|---|---|---|
12 | viernes | 20:00 | |
18 | jueves | 20:00 | |
20 | sábado | 19:00 |
Equipo creativo
Dirección musical y piano
Rubén Fernández Aguirre
Dirección de escena
Bárbara Lluch
Escenografía
Daniel Bianco
Vestuario
Clara Peluffo
Iluminación
Nadia García
Reparto
Sandrina
Rosa María Dávila++
Berto
Marcelo Solís++
Il Conte di Ripaverde
Jorge Franco++
Don Fabio
Carlos Fernando Reynoso++
Ernesta
Laura Orueta++
Menico
Xavier Hetherington++
Piano
Rubén Fernández Aguirre
++Centre de
Perfeccionament
Nueva producción del Palau de les Arts Reina Sofía, en coproducción con el Festival de Ópera de Oviedo
Sinopsis
Acto único
El celoso campesino Berto está casado con la pizpireta Sandrina y, aunque ésta le es fiel, la sospecha de la traición está siempre rondando por su cabeza. La tensión en el matrimonio es evidente, pese al afecto que ambos se profesan.
La llegada del Conde Ripaverde, señor feudal del lugar, y su pomposo criado Fabio viene a complicar las cosas: ambos se sienten inmediatamente atraídos por Sandrina, que pretende utilizar esta situación para castigar a su marido por sus celos infundados. Coquetea con el Conde, que le corresponde con apasionamiento, y después rechaza los avances amorosos de Fabio, cuya pasión se inflama con el desdén.
El Conde ordena a Fabio seguir a Sandrina. Ante la casa de la joven, Fabio encuentra a Berto y al sagaz jardinero Menico, que intenta mediar entre las amenazas del celoso al criado cuando aquel comprende el motivo de la presencia de éste. Cumplido el encargo, Fabio se marcha.
Aparece Ernesta, la abandonada prometida del Conde, preguntando por él: informada de que el noble se interesa por las jóvenes del feudo, disimula su aflicción y vuelve a marcharse. El Conde y Fabio llegan hasta la casa de Sandrina y la joven aparece, para disgusto de Berto. Al ver la atracción que siente el señor feudal por su esposa, Berto se presenta como hermano de Sandrina, lo que causa el lógico enfado de la joven, aunque ella opta por seguir la farsa. El Conde manifiesta su deseo de casarse con Sandrina, que finalmente se marcha acompañada del noble y su criado, mientras el alterado Berto trata en vano de perseguirlos.
En la residencia del Conde, Ernesta expone ante Menico su dolor por la traición del Conde. El jardinero, que ha comprendido que la actitud de Sandrina hacia el noble está motivada por el deseo de castigar a su esposo por sus celos, cuenta a la campesina las penas de Ernesta, y ambos urden un plan para remediar la situación de la dama: Sandrina accederá a casarse con el Conde esa misma noche, pero guardando una prudente distancia y totalmente a oscuras, para no herir su natural modestia. El noble accede perplejo.
Menico esconde al confundido Berto en un armario. Desde allí observa la llegada de Fabio y posteriormente de los novios. Sandrina organiza la ceremonia y deja totalmente a oscuras la sala. Ernesta entra sigilosamente y ocupa el lugar de la novia. Cuando se han pronunciado los votos matrimoniales, el iracundo Berto irrumpe con un cuchillo clamando venganza. A una orden del Conde se ilumina la escena por los criados y entonces se descubre la verdad: el Conde se ha casado con Ernesta y Sandrina disfruta de su triunfo sobre los celos de Berto y la inconstancia del noble. Berto pide perdón a su esposa y el Conde acepta su boda con Ernesta. Todos celebran el triunfo del amor.
El celoso campesino Berto está casado con la pizpireta Sandrina y, aunque ésta le es fiel, la sospecha de la traición está siempre rondando por su cabeza. La tensión en el matrimonio es evidente, pese al afecto que ambos se profesan.
La llegada del Conde Ripaverde, señor feudal del lugar, y su pomposo criado Fabio viene a complicar las cosas: ambos se sienten inmediatamente atraídos por Sandrina, que pretende utilizar esta situación para castigar a su marido por sus celos infundados. Coquetea con el Conde, que le corresponde con apasionamiento, y después rechaza los avances amorosos de Fabio, cuya pasión se inflama con el desdén.
El Conde ordena a Fabio seguir a Sandrina. Ante la casa de la joven, Fabio encuentra a Berto y al sagaz jardinero Menico, que intenta mediar entre las amenazas del celoso al criado cuando aquel comprende el motivo de la presencia de éste. Cumplido el encargo, Fabio se marcha.
Aparece Ernesta, la abandonada prometida del Conde, preguntando por él: informada de que el noble se interesa por las jóvenes del feudo, disimula su aflicción y vuelve a marcharse. El Conde y Fabio llegan hasta la casa de Sandrina y la joven aparece, para disgusto de Berto. Al ver la atracción que siente el señor feudal por su esposa, Berto se presenta como hermano de Sandrina, lo que causa el lógico enfado de la joven, aunque ella opta por seguir la farsa. El Conde manifiesta su deseo de casarse con Sandrina, que finalmente se marcha acompañada del noble y su criado, mientras el alterado Berto trata en vano de perseguirlos.
En la residencia del Conde, Ernesta expone ante Menico su dolor por la traición del Conde. El jardinero, que ha comprendido que la actitud de Sandrina hacia el noble está motivada por el deseo de castigar a su esposo por sus celos, cuenta a la campesina las penas de Ernesta, y ambos urden un plan para remediar la situación de la dama: Sandrina accederá a casarse con el Conde esa misma noche, pero guardando una prudente distancia y totalmente a oscuras, para no herir su natural modestia. El noble accede perplejo.
Menico esconde al confundido Berto en un armario. Desde allí observa la llegada de Fabio y posteriormente de los novios. Sandrina organiza la ceremonia y deja totalmente a oscuras la sala. Ernesta entra sigilosamente y ocupa el lugar de la novia. Cuando se han pronunciado los votos matrimoniales, el iracundo Berto irrumpe con un cuchillo clamando venganza. A una orden del Conde se ilumina la escena por los criados y entonces se descubre la verdad: el Conde se ha casado con Ernesta y Sandrina disfruta de su triunfo sobre los celos de Berto y la inconstancia del noble. Berto pide perdón a su esposa y el Conde acepta su boda con Ernesta. Todos celebran el triunfo del amor.