La (mejor) vida breve
Estrenada en Niza, en 1913, La vida breve es la primera obra de madurez de Manuel de Falla. Ópera atípica, y breve como su nombre. Con un tópico y deshilvanado libreto de gitanas, celos, navajas, parra, sangre y, por supuesto, muerte. Un “drama lírico” en dos breves actos cargado, también, de vida, con personajes básicos y de carácter. La Carmen de Mérimée y Bizet impregna el discreto libreto de Carlos Fernández Shaw, muy por debajo de los grandes momentos musicales que atesora la partitura, como el aria de Salud o las famosas danzas e interludio.
El Palau de les Arts no se amilanó ante el reto de llevar a escena está ópera nacionalista y andaluza -la acción transcurre en Granada, casa de señorito incluida-, desde una perspectiva rompedora y una visión musical universal alejada de localismos, avalada por un Lorin Maazel que ya en los años sesenta del pasado siglo había dejado referenciales grabaciones de El amor brujo y El sombrero de tres picos.
Para la escena, Helga Schmidt -urdidora de esta producción estrenada el 25 de marzo de 2010- apostó por un revolucionario como Giancarlo del Monaco, que esquivó clichés y costumbrismos para, desde una escenografía única y obsesiva, aprisionar a Salud en su propio drama. Ni parra ni geranio, ni botijo ni cal. Del Monaco eleva a Salud –siempre en escena- a la categoría de gran personaje operístico, y la acerca, en su fatalidad psicológica y dramática, a contemporáneas como Santuzza, Salome, o Jenůfa.
La revolucionaria producción de La vida breve que se dispone a escuchar y ver es la realización sinfónica y dramática más singular y mejor resuelta de cuantas hasta la fecha se han registrado. Pilar imprescindible de ello son la soberbia y personalísima encarnación de la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs, que debutaba el papel de Salud, y el bien perfilado y cantado Paco de Jorge de León.
© Justo Romero